Familia pastoral en Filipinas usa una huerta para discipular a sus hijos durante COVID-19
En Filipinas, el cierre por la pandemia de COVID-19 comenzó a mediados de marzo. Ese bloqueo todavía está en vigor para los niños, ya nadie menor de 20 años tiene permitido salir de sus hogares a menos que sea una emergencia. Michelle Cainglet, cuyo esposo, Pedrito, pastorea la Iglesia del Nazareno Dalisay en las afueras de Manila, cuenta cómo su familia está creando espacios de aprendizaje para sus hijos, incluso en medio del encierro.
Justo afuera de nuestra habitación alquilada, tenemos una huerta que elaboró mi esposo. Nuestro objetivo era satisfacer la curiosidad de nuestros hijos y darles la oportunidad de tomar, sentir y frotar la tierra en sus manos. Como vivimos en la ciudad, queríamos enseñarles cómo valorar la vida y dejarles ver cómo las plantas crecen, florecen, dan su fruto y mueren.
Queríamos mostrarles a nuestros hijos cómo los insectos interactúan con las plantas, cómo las lluvias torrenciales pueden destruir las hojas y erosionar el suelo, y cómo el calor del sol también es un factor que hace que el suelo se seque y cómo las raíces de las plantas beben el agua. Nos encanta mostrarles la vida de la granja como la que vivimos cuando éramos niños al crecer en el campo.
Petros Moriah, nuestro hijo mayor, tiene 9 años y sus ojos y sus manos siempre se están moviendo mientras trata de encontrar cosas nuevas en la huerta. Siempre es el primero en encontrar una flor en ciernes. Cuando estoy en la cocina preparando comidas, él se para a mi lado para sermonearme sobre lo que ha leído o para preguntarme cómo y por qué cierto vegetal es como es. Una vez me preguntó cómo crecen las verduras. Le dije que todo comienza con una semilla. Y ahora, cada vez que preparo verduras con semillas, las recoge y las seca. Después de dos días, encuentra espacio en nuestras macetas para plantarlas en el suelo.
Les estamos enseñando a los niños muchas lecciones durante nuestro tiempo en la huerta. Cuando descubren algo nuevo, despierta un entusiasmo en sus corazones. Por ejemplo, les mostramos cómo la vid ampalaya trepa por la cuerda. Les dije que así es como debemos aferrarnos a Dios, aferrarnos a sus promesas y aferrarnos unos a otros, para que no caigamos, sino que prosperemos y vivamos a la manera de Dios.
Los niños aprendieron otra lección cuando enterramos unos chiles podridos en una olla, cubriéndolos con tierra para convertirlos en abono orgánico. Unos días después, brotaron y nos sorprendió verlos crecer. Les dije: "Puede que estemos podridos e inútiles por fuera, pero si tenemos la vida de Dios adentro, aunque estemos enterrados en el barro, creceremos en el tiempo de Dios".
Cuando aparecieron cinco gusanos y empezaron a devorar hojas, Petros vio esto y comenzó a saltar de miedo porque podían comerse todas las hojas y la planta podría morir. Tenía que recordarle lo que había aprendido de la ciencia: que hay un ciclo de vida y una cadena alimenticia en la naturaleza.
Una de las cosas que admiro de Petros es cómo le encanta leer. Le encantan los libros informativos e históricos y los libros con muchas imágenes. Ciencias es su asignatura favorita. En YouTube, busca el animal o la planta más pequeño, más grande o más extraño del mundo. Ahí es donde se alimenta su amor por nuestra huerta, en su mente.
Las incertidumbres aún están frente a nosotros. Pero esta pandemia nos ha enseñado como familia a cuidar, observar y hacer algo valioso. Lo hacemos juntos con ojos escrutadores y corazones abiertos al aprendizaje. Nosotros, como padres, solo tenemos una oración para nuestros hijos, que crezcan siguiendo a Jesús y se conviertan en una bendición para muchos. ¡Que nuestra huerta sea una vía para que vean el mundo a través de los ojos de Dios!